martes, 5 de septiembre de 2017

Somos 47 millones (2)



En la primavera de 1808, Barcelona, como muchas otras ciudades de España, se encontraba bajo la autoridad de las tropas de ocupación francesas autorizadas legalmente por el rey Carlos IV. A partir del levantamiento del Dos de Mayo, en Madrid, habían ido apareciendo partidas de guerrilleros, formadas por soldados desertores y paisanos armados, que hostigaban a los franceses en cuanto salían al campo abierto. En Cataluña, la resistencia se vio favorecida por la existencia de la Institución del Somatén, nombre derivado del catalán so emetent, hacer ruido, cuyo origen proviene del toque de las campanas de las iglesias para convocar a los vecinos que colaboraban con este cuerpo represivo de carácter para-policial.

La costumbre de movilizar a los vecinos para tareas de autodefensa era especialmente intensa en Cataluña, donde el Somatén había desempeñado un importante papel en la reciente Guerra de la Convención (1793 – 1795). El cuatro de junio de 1808, el general Schwartz partió de Barcelona, con tres mil ochocientos soldados y dos piezas de artillería, tomando el Camino Real que conduce a Lleida y Zaragoza. La noticia se transmitió rápidamente a las localidades por donde debían de pasar, pues las campanas comenzaron a tañer el “toque de somatén” convocando a los vecinos. Aquella tarde los franceses llegaron a Martorell y allí pernoctaron.

Al día siguiente, muy temprano, varios oficiales y soldados del 2º batallón del regimiento de guardias valonas, así como un oficial y soldados del regimiento de infantería suiza “Wimpffen” nº 1 al servicio de España, acompañados de varios centenares de miembros de los somatenes de Manresa e Igualada, se colocaron en la alturas del Camino Real. Los franceses no reanudaron su marcha hasta las seis de madrugada del dia siguiente, debido a la dificultad de caminar bajo la lluvia, y, después de dejar atrás Esparraguera y Collbató, los franceses llegaron al Bruch de Arriba, punto de bifurcación del camino de Manresa y el Camino Real que lleva a Lleida. Allí fueron recibidos por el fuego de los paisanos y soldados que esperaban desde el día anterior. Los franceses, después del primer efecto sorpresa de la emboscada, se organizaron y asaltaron las posiciones de los somatenes, quienes se retiraron y, dándose por satisfechos, iniciaron el regreso a sus casas. El general Schwartz, dado que ya era la hora de almorzar, ordenó a algunos de sus soldados que montaran guardia mientras que el resto de la unidad se preparaba para comer y descansar antes de proseguir el camino. En el camino de regreso hacia sus casas, los somatenes que habían participado en la emboscada se encontraron con un grupo de vecinos de Sallent y un contingente de somatenes de Sampedor, que acudían con cierto retraso a la convocatoria.

Entre estos últimos se encontraba un chaval de diecisiete años que hacía las funciones de tamborilero: Isidro LLusá y Casanovas. Deseosos de no parecer cobardes frente a los vecinos venidos desde otros pueblos, los somatenes de Manresa se dieron la vuelta para volver con los nuevos a atacar a los franceses Por el camino se fueron encontrando a más somatenes y todos subieron a las alturas para volver a disparar a los centinelas y al resto de franceses, que estaban comiendo. Comenzaron el ataque animados por el frenético ritmo marcado por Isidro LLusá, por otro tamborilero y por un corneta, que tocaban incesantemente. La mezcla de disparos, tambores y el repique de las campanas de las iglesias de los pueblos de alrededor le debió de hacer pensar al general Schwartz que se encontraba frente a un levantamiento general, y no frente a unos pocos soldados y un grupo de paisanos pobremente armados y mal organizados. En primer lugar decidió formar un gran cuadro defensivo, manteniendo a raya a unos españoles que no se atrevían a acercárseles.

Después de varias horas de escaramuzas y tiroteos y, bajo el efecto del eco atronador, los franceses comenzaron a retirarse hacia Barcelona. Los patriotas avanzaron detrás, hostigándoles continuamente animados por el ritmo sin descanso de el Tambor del Bruch. Los somatenes de Martorell y Molins de Rei no se animaron a enfrentarse directamente con los franceses en retirada, trataron de incendiar el puente sobre la riera del Abrera y, aunque no consiguieron su objetivo, el puente acabó hundiéndose cuando fue atravesado por unos de los cañones que había sido tomado por los somatenes. Poco más allá, las tropas de Schwartz se encontraron con las fuerzas del general Duhesme, que había salido precipitadamente de Barcelona para auxiliarles. La noticia de la humillante retirada de una unidad del ejército francés ante un grupo de paisanos, adornada por la circunstancia de la actuación del timbaler tuvo un gran efecto en la moral de la población del principado, insuflando orgullo y seguridad en sus posibilidades y sirviendo de detonante para la insurrección generalizada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario